Escoger una especialidad: La primera guardia: El bautismo de fuego


La primera guardia: El bautismo de fuego

La primera guardia es una experiencia que se queda grabada en la memoria de todo médico, como el primer desamor o el primer café que te hizo temblar las manos en el hospital. Es el momento en que dejas de ser un simple estudiante de medicina y te conviertes en un verdadero gladiador del sistema de salud.


El preámbulo: El miedo antes del miedo

Todo comienza semanas antes, cuando te das cuenta de que tu primera guardia se acerca. El calendario te mira como un juez implacable y, aunque tratas de hacerte el valiente, el pánico empieza a filtrarse en tu mente.

  • La cuenta regresiva: A medida que se acerca el día, tus compañeros más experimentados empiezan a darte consejos que suenan más a advertencias de sobrevivientes de un apocalipsis:
    • “Duerme todo lo que puedas.”
    • “Come bien antes de entrar.”
    • “No te olvides del cargador del celular o morirás socialmente.”
  • Los preparativos ridículos: Pasas días buscando en Google cosas como “cómo sobrevivir a una guardia de 24 horas” y “es posible dormir con los ojos abiertos para parecer atento.”
  • El entrenamiento mental: Tratas de convencerte de que estás listo. Ves episodios de series médicas para motivarte, ignorando convenientemente que esos actores no llevan ojeras reales ni tienen pacientes que gritan por morfina a las 3 a.m.

El primer día: Llegando a la arena

Te presentas en el hospital temprano, con la bata recién planchada, el estetoscopio colgado con confianza y un café en la mano. Todo parece estar en su lugar, hasta que entras al área de emergencias y te das cuenta de que ya no eres un simple espectador. Esta es tu película ahora.

  • El primer choque con la realidad: Nada, absolutamente nada, se parece a los simulacros que hiciste en la universidad. Los pacientes no siguen guiones, y los enfermeros veteranos te miran como si fueras un cachorro perdido en medio de una autopista.
  • La presentación: Alguien te señala y dice “Ah, tú eres el nuevo.” Y, en ese momento, toda tu confianza se desmorona.
  • El primer llamado: No pasa mucho tiempo antes de que alguien te pida que revises a un paciente. Es entonces cuando te das cuenta de que las órdenes verbales en los hospitales no vienen con subtítulos ni pausas dramáticas.

El primer paciente: Bienvenido a la jungla

El primer paciente que atiendes en tu primera guardia suele ser una experiencia que te marca para siempre. Puede ser algo sencillo como un dolor de cabeza que en realidad es ansiedad (del paciente y tuya) o un caso complicado que parece diseñado para destruir tu confianza.

  • El miedo a equivocarse: Cada pregunta que haces suena más insegura que un adolescente en su primer día de secundaria.
  • La batalla con las historias clínicas: Escribes notas como si estuvieras tallando jeroglíficos en piedra, rezando para que nadie juzgue tu letra ni tu falta de claridad mental.
  • El susto de los diagnósticos diferenciales: Te das cuenta de que cualquier síntoma puede ser algo tan inofensivo como una alergia o tan mortal como un aneurisma en explosión. Bienvenido a la paranoia clínica.

El caos se vuelve normal

Después del primer paciente, empiezas a encontrar tu ritmo… o al menos a resignarte al caos. Las horas se mezclan, las caras se vuelven borrosas y empiezas a entender por qué algunos médicos parecen haber perdido la capacidad de parpadear.

  • El sonido de los monitores: Ese pitido constante se convierte en tu banda sonora, y empiezas a distinguir entre alarmas importantes y las que puedes ignorar sin sentirte un completo psicópata.
  • Los colegas en crisis: Te das cuenta de que no estás solo en esto cuando ves a otros residentes corriendo por los pasillos con la misma expresión de terror moderado.
  • El reloj traicionero: Las horas pasan más rápido o más lento dependiendo de qué tan desesperado estés por que termine la guardia.

El colapso emocional (y físico)

Si tu primera guardia es medianamente normal, habrá un momento en que sientas que no puedes más. Que todo está fuera de control y que, quizás, vender empanadas en la playa no sería tan mala idea. Pero es precisamente en ese momento cuando descubres que puedes seguir, aunque sea solo por inercia y una pizca de desesperación.

  • El monólogo interno: “Renuncia. Corre. Cambia de carrera. ¿Por qué me metí en esto?”
  • El agotamiento físico: Tus piernas se sienten como columnas de mármol agrietadas, y tu espalda se queja cada vez que te agachas para examinar a alguien.
  • El desgaste emocional: Empiezas a desconectarte de los pacientes para no colapsar emocionalmente. La empatía se convierte en un lujo que no puedes permitirte.

El amanecer del guerrero

Y, de repente, sin que te des cuenta, el sol empieza a salir. El turno de la mañana llega, y el sonido de los primeros pasos de los médicos de día se convierte en música celestial. Entregas el informe como un veterano de guerra, con ojeras que parecen tatuajes permanentes y el alma medio rota, pero con la satisfacción de haber sobrevivido.

  • Entregas los pacientes.
  • Das el pase de guardia como si hubieras subido al Everest.
  • Te quitas la bata como un héroe que finalmente descansa su espada.

Reflexión final: El primero de muchos

Después de tu primera guardia, todo cambia. El miedo ya no es el mismo y la adrenalina tiene un sabor distinto. Ahora eres parte de ese extraño club de seres humanos que viven entre luces fluorescentes, máquinas que pitan y cafés recalentados. Y aunque aún no lo sepas, cada guardia te hará un poco más fuerte, un poco más sabio y un poco más loco.


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