Escoger una especialidad: Manejo emocional tras la pérdida de un paciente


El duelo silencioso de los que siguen de pie

Cuando muere un paciente, todos miran a la familia. A los que lloran afuera. A los que necesitan consuelo.
Nadie mira al residente que se quedó quieto un segundo frente al monitor plano.
Nadie pregunta por el interno que apretó el ambú hasta el último segundo con la esperanza inútil de que algo cambiara.

Y lo peor es que tú mismo sientes que no deberías estar mal.
Porque “es parte del trabajo”. Porque “ya deberías estar acostumbrado”. Porque “no era tu paciente”.

Mentira.
La medicina no te hace de piedra. Te entrena para ocultar que algo se rompió.


Las primeras veces (y las que duelen más)

Hay muertes que se olvidan.
Otras no.
Y no siempre son las más trágicas en lo objetivo.

A veces te impacta el primer niño que se muere.
A veces fue la señora mayor que te regalaba galletas cada día.
A veces es un joven que te miraba con miedo y al que le prometiste que estaría bien.

Y a veces, ni siquiera sabes por qué esa muerte en particular te destrozó.
Solo sabes que al día siguiente, no te querías levantar.


Lo que haces y nadie ve

  • Te lavas las manos más tiempo de lo necesario porque están temblando.
  • Escribes la nota del deceso con la caligrafía más lenta del mundo.
  • Sales del box como si nada, y haces un chiste idiota para tapar el vacío.
  • Miras el reloj porque sabes que tienes que seguir.
  • Le pones el estetoscopio al siguiente paciente con la misma mano que hace cinco minutos estaba sobre un pecho que ya no respira.

Las muertes injustas (que se te quedan pegadas)

  • Cuando no había insumos.
  • Cuando la interconsulta llegó tarde.
  • Cuando el paciente no tenía obra social.
  • Cuando el diagnóstico fue correcto, pero ya era demasiado tarde.
  • Cuando el tratamiento era caro, y no lo autorizaron.

A veces, el paciente muere… y tú no estás llorando al paciente, sino al sistema que no lo salvó.


El mecanismo de defensa: la desconexión programada

Después de un par de muertes, aprendes a “no engancharte”.
A hacerte el fuerte.
A hablar del caso como un número, una cama, un protocolo.
Y lo entiendes. Porque si sintieras todo cada vez, no durarías un mes.

Pero cuidado.
Desconectarte para protegerte está bien.
Desconectarte siempre para no sentir… es otra forma de morir.


La culpa (ese fantasma con bata)

  • ¿Y si hubiera intubado antes?
  • ¿Y si esa dosis fue baja?
  • ¿Y si me distraje por un segundo?
  • ¿Y si otro médico lo hubiera salvado?

La culpa aparece aunque hayas hecho todo bien.
Y si hiciste algo mal… peor.
Pero tienes que entender esto: la medicina es inexacta.
Hay veces en que haces todo perfecto, y el paciente igual muere.
Y otras en que cometes errores, pero igual se salvan.

La muerte no siempre tiene lógica.
Y cargarla como si fueras Dios solo te rompe más.


¿Y si no sientes nada?

También puede pasar.
Un paciente se muere y tú solo piensas: “Siguiente”.
Y después te preguntas si te volviste insensible.
O si estás roto.

No lo estás. Estás adaptado.
Tu mente está usando sus propios mecanismos para sobrevivir en un entorno hostil.
Solo pregúntate de vez en cuando si sigues sintiendo algo, aunque sea después.
Si la respuesta es sí: respira. Sigues siendo humano.


¿Y si sí lloras?

Hazlo.
Llora en el baño. En la sala de médicos. Al llegar a casa.
Es sano. Es justo.
Y no, no eres menos profesional por hacerlo.
Eres un profesional que entendió que la vida no es un algoritmo y que no todas las historias tienen final feliz.


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