1. Introducción
La obesidad es hoy reconocida como una enfermedad crónica, compleja y multifactorial, que resulta de la interacción de factores biológicos, ambientales, sociales y económicos. Se estima que, en países como Estados Unidos, más de la mitad de la población tendrá obesidad hacia 2030. Esta condición no es un problema aislado: representa uno de los principales motores de enfermedad cardiovascular, siendo responsable de más del 60% de las muertes en personas con exceso de peso.
Ante esta situación, en 2025 la Comisión Lancet propuso una redefinición formal de la obesidad, con el objetivo de trascender el enfoque limitado del índice de masa corporal (IMC) y situar la adiposidad y sus consecuencias clínicas como eje central del diagnóstico y la intervención. Este cambio busca fortalecer la práctica clínica, orientar políticas de salud y permitir un abordaje más justo y preciso.
2. La nueva definición de obesidad
La Comisión Lancet introduce dos categorías:
- Obesidad preclínica: exceso de grasa corporal medido con al menos dos herramientas antropométricas (IMC, circunferencia de cintura, relación cintura-cadera, relación cintura-talla, o métodos de imagen como DEXA). En este estadio aún no hay disfunción orgánica ni limitación funcional evidente, pero el riesgo metabólico es variable.
- Obesidad clínica: presencia de exceso de grasa acompañado de disfunción orgánica o limitación funcional atribuible a la adiposidad. Ejemplos incluyen insuficiencia cardíaca, osteoartritis, apnea obstructiva del sueño, hígado graso, síndrome metabólico, enfermedad renal crónica o limitación física en las actividades diarias.
La redefinición también reconoce la necesidad de umbrales específicos por etnia y región, dado que el riesgo cardiometabólico puede manifestarse a menores valores de IMC en poblaciones asiáticas o en adultos mayores con pérdida de masa muscular.
3. Integración al modelo ABC de prevención cardiovascular
El Ciccarone Center de Johns Hopkins propuso adaptar el tradicional modelo ABC de prevención cardiovascular para incorporar esta nueva mirada:
- A: Evaluación del riesgo, antiinflamatorios, antiagregación/anticoagulación.
- B: Antes “Body weight”, ahora redefinido como “Body fat”.
- C: Colesterol y cesación de tabaco.
- D: Dieta, diabetes, sueño (Dream) y salud digital.
- E: Ejercicio.
- F: Factores ambientales.
- G: Genética.
Este cambio de énfasis —del peso a la grasa— reconoce que el peso corporal total no refleja la complejidad del riesgo. Una persona con IMC normal puede tener exceso de grasa visceral y alto riesgo cardiovascular, mientras que un atleta con elevada masa magra puede ser catalogado erróneamente como obeso. Por ello, la circunferencia de cintura y la distribución de la grasa son métricas más cercanas al riesgo real.
4. Implementación práctica en la consulta
En la práctica clínica preventiva, se recomienda:
- Medir IMC y circunferencia de cintura en cada visita.
- Usar la relación cintura-cadera o cintura-talla como desempate en caso de discrepancias.
- Realizar una historia clínica dirigida a enfermedades relacionadas con adiposidad: apnea del sueño, insuficiencia cardíaca, fibrilación auricular, hipertensión, enfermedad renal crónica, hígado graso, tromboembolismo.
- Complementar con pruebas diagnósticas según sospecha: panel metabólico, perfil lipídico, ecocardiograma, polisomnografía, elastografía hepática, score de calcio coronario, entre otros.
- Hacer seguimiento longitudinal para detectar progresión de obesidad preclínica a clínica.
Este abordaje requiere personal entrenado, protocolos estandarizados de medición y, en muchos casos, la integración de clínicas cardiometabólicas multidisciplinarias.

5. Opciones de tratamiento
a) Modificaciones en el estilo de vida
- Dieta: priorizar frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras, grasas insaturadas, limitar ultraprocesados, azúcares añadidos y sodio. En obesidad, un déficit calórico de 500–750 kcal/día facilita la pérdida de peso. Dietas como la Mediterránea, DASH o plant-based han demostrado impacto favorable en presión arterial, glucemia y lípidos, aun con pérdidas modestas de peso.
- Ejercicio: al menos 150 min/semana de actividad moderada o 75 min de vigorosa. Aunque la reducción ponderal puede ser limitada, el beneficio cardiovascular es profundo: mejora la función endotelial, la sensibilidad a la insulina, la inflamación sistémica y reduce la mortalidad.
b) Farmacoterapia
En pacientes seleccionados, la farmacoterapia se vuelve indispensable:
- Fármacos clásicos: orlistat, fentermina-topiramato, naltrexona-bupropión.
- Agonistas GLP-1 y GIP (semaglutida, tirzepatida): producen pérdidas de 10–15% del peso corporal, con reducción de eventos cardiovasculares y beneficios adicionales en apnea del sueño, hígado graso y diabetes.
- Nuevos fármacos en investigación: agonistas de glucagón, amilina, activina, calcitonina, péptido YY.
c) Cirugía bariátrica/metabólica
La cirugía sigue siendo la opción más eficaz y duradera para la reducción de peso y el control de riesgo cardiometabólico. Las guías actuales la recomiendan en:
- IMC ≥35.
- IMC 30–34.9 con enfermedad metabólica asociada.
- IMC ≥27.5 en población asiática con comorbilidad.
Los procedimientos como el bypass gástrico o la gastrectomía en manga generan pérdidas de 50–70% del exceso de peso y reducen significativamente eventos cardiovasculares mayores, ACV, insuficiencia cardíaca y mortalidad global.

6. Brechas y retos futuros
Aunque el cambio de paradigma es sólido, existen desafíos pendientes:
- Falta de claridad sobre la historia natural de la obesidad preclínica.
- Ausencia de guías para monitoreo sistemático en este grupo.
- Persistencia del IMC como criterio único en ensayos clínicos y seguros de salud, lo que excluye a pacientes con adiposidad central de riesgo.
- Necesidad de validar biomarcadores genéticos y pronósticos que predigan progresión.
- Mejorar la educación sanitaria y la alfabetización en salud sobre la adiposidad.
- Fortalecer políticas públicas que prioricen la prevención, la alimentación saludable y la actividad física.
7. Conclusiones
El paso de “peso” a “grasa corporal” en la prevención cardiovascular marca un antes y un después en la práctica clínica. Este enfoque:
- Permite un diagnóstico más exacto.
- Identifica mejor a los pacientes en riesgo.
- Facilita intervenciones más personalizadas.
- Abre la puerta a nuevas terapias farmacológicas y quirúrgicas.
La obesidad debe ser entendida como una enfermedad crónica y heterogénea, en la que la grasa visceral y la disfunción orgánica son determinantes de riesgo cardiovascular. La adopción de este modelo ofrece a la medicina preventiva una herramienta más justa, clínica y efectiva para enfrentar la epidemia cardiometabólica.

Dr. Jorge Rojas, Médico Internista
Certificado en Salud Cardiometabóla
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